La Élite
Lola Léonard
Nolan se levantó temprano aquel día. No es algo que formara parte de sus costumbres, la verdad.
Tomó la mochila que estaba sobre la silla. Lo había decidido en el último momento: aquella noche lo intentaría. Hoy empezaba su nueva vida.
Bajó las escaleras sin hacer ruido. Pasó delante del cuarto de sus padres, el de sus hermanos y el de su hermana, tristemente vacío. En el vestíbulo recogió la cazadora y salió. Con un último gesto de rebelión, pensó en dar un portazo, pero al final no lo hizo. Era inútil preocupar a su madre antes de tiempo, no se lo merecía.
El frío polar lo dejó clavado en el sitio. Se subió el cuello de la cazadora y se puso la capucha para protegerse del viento y de los copos de nieve que le azotaban el rostro. Vaya día que había elegido... El joven de pelo negro se encogió de hombros y salió de la inmensa propiedad familiar. Ya no soportaba más aquel sitio.
Pasaron las horas, acercándole poco a poco a su objetivo. Quizá solo era una leyenda, pero si fuera cierto, era la oportunidad de su vida. Eso, si no se moría de frío antes. Soltó una risa sarcástica.
Al llegar al bosque, se encontró frente a un cartel con un mensaje corto:
«Méritos harás para en Élite entrar.
No importan los años, solo los redaños.
Olvida el dolor, muestra tu valor».
¿Qué demonios era eso? Dos siluetas salieron de entre los árboles. Ropa negra, capuchas y máscaras negras que solo dejaban ver los ojos. Tenían los brazos cruzados y, aunque no podía ver sus caras, Nolan se estaba poniendo nervioso. Una de las dos personas le lanzó algo, que atrapó de milagro, con los dedos agarrotados por el frío.
«Una vez cruces esta carretera, te daremos tres minutos. Luego empezará la persecución. Si te atrapamos, te mataremos. Si consigues llegar al cuartel general, habrás superado la prueba».
Correr por el bosque y escapar de las siluetas... Tenía que intentarlo. Era su oportunidad. Nolan dejó la mochila junto a la carretera, bebió un trago de agua y en un momento se colocó en el límite del camino dispuesto a empezar a correr. Tomó aire, juntó todo su valor y salió a toda velocidad, lanzando una mirada de reojo a las dos personas, que no le perdían de vista, impávidos con los brazos cruzados. El joven sintió un escalofrío, mientras saltaba sobre un tronco de árbol derribado.
No sabía qué distancia debía recorrer y los dos hombres que le iban a perseguir estarían seguramente mucho más entrenados que él. No solo corría para unirse a la Élite, corría para salvar su vida.
El camino que llevaba al cuartel general era una auténtica pista de obstáculos preparada por el grupo. Es la conclusión a la que llegó Nolan al darse de bruces con un muro de piedra de unos diez metros de alto. Tenía que trepar con las manos limpias y los dedos agarrotados por el frío. No sabía cómo, pero lo haría.
Nolan empezó a subir. Se aferró con prudencia y se quitó los guantes, pues entorpecían sus movimientos. Casi se cae dos veces, pero consiguió sujetarse, aunque se hizo una herida en la mano. Cuando llegó arriba, resopló y se dio la vuelta. Quizá vería a sus perseguidores. Sus ojos se abrieron de par en par cuando los vio al pie del muro ¿Ya le habían alcanzado?
Tragó saliva y siguió avanzando. No cayó en tierra firme, era como una plataforma, seguida por dos fosos. El joven superó el primero sin problemas, pero cada vez avanzaba más despacio. La distancia entre él y sus perseguidores se reducía cada vez más. A lo lejos, Nolan veía su objetivo. No estaba tan lejos, tenía que echar el resto.
El siguiente obstáculo era peligroso. Tenía que bajar una pendiente de unos metros antes de caer en el vacío. Salvo que atrapase la cuerda que le permitiría alcanzar la plataforma siguiente, con la mano herida. Con una última mirada hacia atrás se decidió. Si tenía que morir, mejor que fuera por haberlo intentado, y no por haberse dejado atrapar. Se lanzó hacia delante y se deslizó cada vez más deprisa. El abismo se acercaba. En el último momento, saltó lo mejor que pudo.
La cuerda pasó ante sus ojos, pero no consiguió atraparla. La rozó con los dedos y gritó mientras caía.
El golpe no fue tan duro como pensaba. El chico de pelo negro miró a su alrededor. Una alfombra. ¿Había caído en una alfombra? Ante él, un hombre rubio le tendía la mano con una sonrisa.
—Nadie había llegado nunca hasta aquí —dijo—. Felicidades. Y bienvenido a la Élite.
Nolan tomó la mano que le ayudaba a levantarse. Un instante después, los dos perseguidores aterrizaban con mucha profesionalidad en la alfombra. Tenían la cabeza gacha.
—Y vosotros dos, tendréis que entrenar un poco más —prosiguió el hombre—. ¿Qué os retrasó?
—Había una cuerda cruzando la carretera, me enganché con ella y tardé un rato en liberarme. Así consiguió sacarnos tanta ventaja —se justificó uno de ellos.
Nolan también agachó la cabeza, intentando ocultar la sonrisa de satisfacción que había aparecido en su rostro: su entrenamiento tendiendo trampas le había servido de mucho. Y había perdido menos tiempo que ellos. Era todo o nada. El hombre se dio cuenta de su reacción y lanzó una carcajada.
—¡Tenemos un nuevo recluta muy prometedor! Te habría nombrado directamente jefe de grupo si hubieras atrapado la cuerda, Pero tus resultados han sido excelentes. Vamos al cuartel general, te curaremos la mano. Me llamo Eneko. Soy el creador y el jefe de la Élite. Encantado de que hayas llegado hasta aquí, Nolan Knight.