Fatoche y Lulú
Christine Saba
Translated by Alicia Martorell
En el bosque vivía una brujita llamada Fatoche. Tenía los bracitos torcidos, una verruga en la nariz y un enorme sombrero puntiagudo. Siempre paseaba con su libro de hechizos y su escoba. Fatoche se parecía a todas las brujitas del bosque. Y, sin embargo... la habían expulsado de la escuela de brujería. La directora, desesperada, había declarado:
—Fatoche no es una brujita como las demás, no sabe contar, es incapaz de recordar el alfabeto. Lo único que sabe hacer es volar en su escoba. Por su culpa las demás brujitas de su edad se retrasan. ¡Que vaya a la escuela de humanitos, no a la de brujitos!
La mamá de Fatoche estaba muy preocupada. Repetía sin cesar:
—Fatoche, haz un esfuerzo. Intenta recordar la A y la B.
Para Fatoche, aprender todas las letras era cosa muy complicada.
El primer día de clase, por el camino de la escuela, estaba muy triste. «Seré la única bruja de la escuela para humanitos», pensaba. «No tendré amigos. Y todos se burlarán de mí cuando vean que no sé ni contar ni leer las letras del alfabeto». Iba revoloteando en su escoba cuando se encontró con un niño que llevaba una mochila. Avanzaba apoyándose en una muleta.
—Hola. ¿Para ti también es el primer día de clase?
El niño se detuvo para contemplarla. Era rubio y tenía una naricita en forma de botón. Se parecía a todos los niños del bosque. Y, sin embargo... Iba un poco ladeado.
Contestó:
—Sí, pero me cuesta mucho avanzar. Mi pierna derecha siempre está cansada y no puedo ni correr ni saltar. Puedo caminar, pero soy mucho más lento que los otros niños.
Y luego añadió con orgullo:
—¡Pero ya sé leer y escribir!
—Vaya —declaró Fatoche—. Tú también eres un poco diferente...
Y añadió:
—Me llamo Fatoche. Yo tengo problemas con el alfabeto. Siempre llevo mi libro mágico conmigo, pero todavía no puedo leer las fórmulas mágicas. ¿Y tú cómo te llamas?
El niño contestó:
—Me llamo Lulú.
—¿Quieres subir a mi escoba? Sé volar muy bien. Y tú podrás leer los carteles para que no nos perdamos por el bosque.
—¡Me encantaría!
Fatoche y Lulú, bien agarrados, siguieron avanzando por el bosque. Lulú estaba muy impresionado: Fatoche sabía conducir muy bien la escoba. Y era requetedivertido ir a la escuela volando. Fatoche estaba muy contenta de haber conocido a Lulú. Si no fuera por él se habría perdido.
Al llegar al colegio, Fatoche y Lulú intentaron jugar a «las atrapadas» con los otros niños, pero era un desastre. Fatoche siempre ganaba. Volaba como el rayo en su escoba y atrapaba a sus compañeros a toda velocidad. Lulú era mucho más lento. Nadie quería tenerle en el equipo porque siempre perdía.
Finalmente, una niña les dijo:
—Fatoche y Lulú, váyanse, no pueden jugar con nosotros. No jugamos ni con brujas ni con niños demasiado lentos.
¡Pobre Fatoche, pobre Lulú! Entonces, Fatoche murmuró:
—Ya lo ves, Lulú, los dos somos un poco diferentes.
—Ya veo —respondió Lulú tristemente.
En ese mismo momento, un viento cálido sopló en el patio del recreo. Se escuchó un rugido espantoso y un batir de alas, un enorme dragón negro se posó sobre el techo de la escuela. Su nariz echaba humo y miraba fijamente a los niños con sus ojos rojos, listo para tragárselos de un bocado...

—¡Socorro! —gritaron.
Se pusieron a correr de un lado para otro. ¡Iba a devorarlos un dragón de cuento de hadas!
Fatoche, muy valiente, se subió a la escoba. Se puso a volar lo más rápido posible, subiendo, bajando, revoloteando. Quería llamar la atención del enorme dragón... ¡Y lo había conseguido! Ya no miraba a los niños, ¡ahora quería comérsela a ella! La brujita gritó desde lo alto de su escoba:
—¡Rápido, necesito ayuda! ¡Tomen mi libro mágico y lean la fórmula para hacer desaparecer un dragón negro!
Los niños, aterrorizados, respondieron:
—¡Pero si no sabemos leer bien!
Entonces se oyó la voz de Lulú que decía:
—¡Yo sí sé!
Todos los niños se volvieron hacia él y le suplicaron:
—Rápido, Lulú, rápido, ¡lee la fórmula!
Lulú tomó el libro mágico que se le había caído a Fatoche al salir volando. Descifró la frase con la que empezaba la página doce:
—«Cómo hacer desaparecer un dragón que quiere comerse a todos los niños de un bocado».
—¡Esa es! Rápido, Lulú, ¡léela rápido!
Y Fatoche seguía gritando desde lo alto de su escoba:
—¡Lulú, ya siento su aliento de fuego en el cogote!
Lulú se aclaró la voz y exclamó:
—Fatoche, repite conmigo: «¡Dragonzote, dragoncito, desaparece rapidito!»
—¡Dragonzote, dragoncito, desaparece rapidito! —repitió Fatoche.
Y el dragón desapareció en un abrir y cerrar de ojos, dejando una estela de humo verdoso. —¡Hurra! —gritaron los niños.
—¡Uf, nos salvamos de milagro! —suspiró Fatoche.
Desde aquel día, Fatoche y Lulú juegan con los demás niños en el patio. Incluso han inventado un juego nuevo que se llama «el juego del dragón». Fatoche vuela en su escoba y Lulú lee las fórmulas del libro mágico. Y todos los niños gritan:
—¡Que vivan Fatoche y Lulú!
—Ya lo ves —dijo Fatoche a Lulú con orgullo — ¡está genial ser diferentes!